Desde junio de 2013, la Comisión Europea, el Gobierno estadounidense y los grandes lobbies empresariales se reúnen a espaldas de la sociedad para negociar las condiciones del Tratado de Comercio e Inversiones (TTIP), un nuevo caballo de troya que oculta una importante pérdida de derechos y que cambiará la vida de los ciudadanos europeos.
Pero, y pese a lo que las instituciones y las multinacionales afirman sobre el TTIP, los diferentes documentos sobre la negociación que se han filtrado a la opinión pública muestran que el tratado es una grave rebaja de normativas ambientales, laborales y sanitarias en Europa, que vulnera los derechos de los ciudadanos. Si se permite que este tratado comercial se firme será la mayor transferencia de poder a las grandes empresas privadas que hemos visto en generaciones.
A pesar de que todos los documentos de las instituciones europeas deberían ser públicos, las negociaciones se han clasificado como confidenciales. El miedo a un fuerte rechazo por parte de la ciudadanía, como ya ocurrió con el Acuerdo Trasatlántico de 1995, que fue descartado por la oposición social, es una de las causas principales de la actual opacidad: las negociaciones se están llevando a cabo en completo secreto, los acuerdos no se están haciendo públicos y no se conoce a los expertos que están tratando los diferentes temas.
El 92% de los encuentros auspiciados por Bruselas tuvieron lugar entre la Comisión y los lobbies privados, y sólo el 4% de los encuentros tuvieron a los representantes de la sociedad civil. Lo que es lo mismo: 520 de los 560 encuentros se organizaron con el sector privado, y sólo 26 de ellos con grupos de interés público.
Se está imposibilitando a la sociedad civil el acceso a la información y, por lo tanto, la garantía de que los intereses públicos estén siendo protegidos. Es fundamental que los textos de la negociación se hagan públicos y que se permita un debate abierto, crítico y democrático sobre el TTIP.
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Reblogueó esto en De la victimización al "blaming the victim" en el mundo capitalista actualy comentado:
Muchos ya lo sabíamos. Y no hicimos nada. Nos creimos consumidores antes que personas. Ahora, quizá, ya sea demasiado tarde para pararlo. Lo que está claro es que se necesita otro modelo de sociedad en el que redefinir las necesidades y plantearse seriamente las diferencias entre lo necesario y lo superfluo, un modelo de sociedad en el que las personas, y no el dinero, o las corporaciones sean el centro de la cuestión económica. Lo contrario supone seguir manteniendo un sistema insostenible y cuya factura, como siempre, toca pagarla a los que menos tienen: los excluidos por el sistema económico-político de bienes y servicios de consumo. Pero una crítica frontal del consumismo es inseparable de una crítica del capitalismo y de sus raíces. Es necesario un sistema económico-político-social que ponga a las personas en primer luga, y realice lo mejor posible un reparto equitativo de la riqueza entre toda la población, sin caer en los errores de los modelos puros «liberal» -atribución al mercado de la distribución- o «socialista» -atribución al Estado burocrático de la competencia exclusiva para la distribución de la riqueza-. Buenos puntos de partida para el cambio, procedentes de tendencias ideólogicas históricas diferentes, pero encontradas, pueden ser el liberalismo igualitario de J. Rawls y su «Justice Theory», de 1970; el estudio de la teoría y de la experiencia de las socialdemocracias nórdicas de los años 70′ a 90′ del pasado siglo; las enseñanzas económicas contenidas en el clásico del ecologismo político y social de Schumacher «Small is beautiful. A study of economics as if people mattered», 1973; o el pensamiento económico de Amartya Sen y otros economistas de su línea. También el estudio de máximas de comportamiento económico que cabe deducir de muchas religiones, desde las versiones más progresistas de la doctrina social católica hasta algunas derivadas de las enseñanzas budistas, pueden aportar mucho a un correcto entendimiento del problema económico. Corren malos tiempos para estas aproximaciones teóricas. Pero las consecuencias imparables de la crisis y de las desigualdades sociales deberán ponernos a todos, tarde o temprano, en la encrucijada de «rehumanizar» la política económica como gestión razonable de las necesidades de todos, utilizando para ello las valiosas herramientas desarrolladas por la ciencia económica, como el «óptimo de Pareto» o la idea de «equilibrio de Nash». Aquella parte de la economía basada en el prototipo del «homo oeconomicus», guiado exclusivamente por su beneficio -definido, por cierto, de manera muy pobre- dista mucho de corresponderse con la realidad -salvo en la parte en la que ésta ha sido ya manipulada por el sistema que detenta la «hegemonía cultural» dominante-, y está cediendo en la actualidad, a pesar del silenciamiento ideológico promovocado por el pensamiento único en Política y Economía, a versiones más humanas de análisis del comportamiento económico, como la propuesta por el modelo que atiende, en lugar de al «homo oeconomicus», al «homo reciprocans», y todas las teorías que premian la cooperación. Porque en el fondo, de lo que se trata en la Política económica, es del análisis de las necesidades y de la distribución de los recursos. En este sentido, una política económica justa debe buscar el objetivo de satisfacer las necesidades básicas de todos y de no generar más desigualdad de aquella que sea necesaria y compatible, a su vez, con la garantía de la máxima libertad de todos en el ámbito económico. Puesto que la mayor parte de los bienes -aquellos cuyo valor es directamente expresado en dinero-, y salvo ciertos bienes compartidos, se presenta en un escenario, empleando el lenguaje de la teoría de juegos, de suma cero (lo que tú tienes yo no lo tengo), los criterios para la distribución o, en su caso, redistribución de la riqueza (típicamente, del dinero) deben responder a exigencias éticas que tengan en cuenta, para empezar, el destino universal de los bienes humanos, además de otros criterios relativos a la priorización de las necesidades de la población o el trabajo. La justificación del derecho exclusivo y excluyente de la propiedad debe estar cimentada en una Teoría de la Justicia que pueda fomentar la prosperidad que hasta ahora ha generado el mercado, pero de una manera sostenible y que resulte tolerable para la mayoría de la gente, lo que implica la proscripción de las desigualdades extremas y se traduce, en la práctica, en el deber de compromiso de la ciudadanía en la lucha contra la pobreza.
Fdo./Signed by: Pablo Guérez Tricarico, PhD
@pabloguerez
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Reblogueó esto en correvedile.
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